El espejismo de la igualdad en la distribución vs la mayor justicia social posible. Por Román García Báez.

INTRODUCCIÓN

El objetivo distintivo y común denominador de los socialistas, sin distinción de corriente teórica o partido político, es lograr la mayor justicia social posible en todas las esferas, concentrándose las discrepancias, dentro del heterogéneo movimiento socialista, en qué entender por igualdad, equidad o justicia social en la distribución de la riqueza, cómo alcanzarla y hasta qué grado de profundidad. Han sido los llamados partidos marxistas los que, desde el poder, y a partir de un modelo económico, político y social con sus diferentes variantes y conocidas limitaciones, han podido lograr para las amplias masas, a pesar de todo, los más altos índices de justicia social. A su vez, en los marcos del capitalismo, las luchas de los movimientos sindicales y el empuje de la socialdemocracia, han arrancado a la oligarquía beneficios sociales importantes.

Esta plataforma general ha propiciado en las publicaciones especializadas, documentos oficiales, la oratoria discursiva y en la vida cotidiana, una utilización exorbitante, confusa  e imprecisa de los términos igualdad y equidad, lo cual es tolerable en determinados planos, pero no puede extenderse a los decisores, las regulaciones oficiales, los economistas políticos, economistas, sociólogos, politólogos y otros especialistas, dado su papel relevante en la elaboración de propuestas de políticas concretas sobre el tema y en la formación de la conciencia ciudadana.

Con respecto al término equidad, utilizado en ocasiones de manera indistinta como igualdad, tal vez acertadamente en determinados contextos, parece válido su empleo en el plano ético. Por ejemplo, no favorecer a un sujeto económico a costa de perjudicar a otros. En ese sentido es pertinente la defensa de la equidad, como parte de la búsqueda incesante de la mayor justicia social posible. Con esta acepción de equidad asociada con la transparencia en las decisiones económicas se podría comulgar, mientras no se traduzca como distribución “equitativa” de la riqueza.

A tenor con lo anterior, es objetivo de este trabajo contribuir al esclarecimiento, desde las categorías propias de la economía política, de aquellas facetas que sustentan, en lo teórico y práctico, los componentes socioeconómicos y los límites de la justicia social en la construcción del socialismo. Por supuesto, partiendo de sus aristas políticas, históricas, jurídicas, éticas, y culturales, sin pretender establecer definiciones de igualdad, equidad o justicia social.

En Cuba, la estrategia económica y social actual para el enfrentamiento a los impactos de la Covid19 y el desarrollo del país exige, dada su connotación ideológica y política, claridad en estos términos. Cada medida o acción que se tome en la economía y la legislación tendientes a reconocer y extender diversas formas de propiedad, más amplitud al mercado externo e interno, mayor flexibilidad con la inversión extranjera, necesariamente inciden en la diferenciación clasista y de los niveles de ingresos, por lo que pueden ser percibidas como alejamiento o desviaciones de la “igualdad” socialista, percibida, en ocasiones, de manera estereotipada.

Al estar abocado el país a una mayor polarización social en medio de la crisis económica, con una inflación desbordada y desniveles sin precedentes en el consumo en tiempos de revolución, se hace ineludible deslindar estos conceptos para que las acciones y medidas económicas, derivadas de la nueva estrategia económica y social, catalizada por la pandemia y el recrudecimiento del bloqueo yanqui, aunque con raíces añejas y profundas, sean las realmente necesarias, dinamizadoras y asumidas como inevitables por la mayoría de la población.

 Marxismo e igualdad

En la transición socialista (para algunos simplemente socialismo) se crean las bases de la igualdad en el plano económico, al convertirse los trabajadores en copropietarios colectivos de los medios de producción sociales. Esto en lo teórico y lo jurídico, aunque sin evidencias irrefutables en la práctica. Alcanzar esta igualdad esencial, fundacional de las demás relaciones, ha sido y es, un proceso plagado de contradicciones que comienza con las nacionalizaciones y se va profundizando gradualmente hasta el infinito, siempre y cuando se vayan creando las bases para que el trabajador sea realmente dueño y actúe en correspondencia con ello. No significa nunca igualdad en la distribución y el consumo en ninguna de las etapas del proceso histórico socialista.  Esa solo existe disfrazada de igualitarismo.

A lo anterior se agrega la heterogeneidad socioeconómica con su diversidad de formas de propiedad, clases sociales y leyes económicas, congénitas a la transición socialista en condiciones de subdesarrollo. Esa multiplicidad es tan objetiva como la ley de la gravedad, por lo que es un absurdo negarla o ignorarla, con consecuencias políticas, económicas y sociales comprobadas de manera forense. La presencia y actuación de todos esos actores económicos profundiza temporalmente las desigualdades, pero crea las condiciones reales para un mayor bienestar de la población y a un acercamiento gradual a la mayor justicia social posible, lo que significa mantener la brújula hacia el socialismo.

Hay que partir, con Marx, de la esfera de la producción y, por tanto, de las relaciones de propiedad. Engels es claramente categórico y avizor: “…el verdadero contenido del postulado de la igualdad proletaria es reivindicar la abolición de las clases. Toda otra reivindicación de igualdad que trascienda de esos límites se pierde necesariamente en el absurdo”.[1]

La “abolición de las clases” se dará en un prolongado proceso histórico que comienza con la revolución socialista, donde se elimina la clase capitalista oligárquica, pero se mantienen y conviven en la transición socialista: la clase obrera; los inversores capitalistas extranjeros, la burguesía vernácula media y pequeña, la propiedad privada individual y los cooperativistas. Así entonces, la práctica demuestra que, con excepción de la gran oligarquía capitalista, que si es extirpada con las nacionalizaciones, las demás clases propietarias privadas se extinguirán gradualmente y, solo entonces, según Lenin —fundador de las bases de la economía política de la transición al socialismo— se podrá “…poner a todos los ciudadanos en igual relación respecto a los medios de producción de toda la sociedad.[2]

En el capitalismo es un contrasentido considerar, en cualquier plano, la existencia de igualdad o equidad. Esta verdad se niega de manera subrepticia desde variadas posiciones, ignorando lo demostrado por Marx sobre la propiedad privada, la acumulación capitalista y la plusvalía como trabajo no retribuido a la clase obrera. Se propugna la “transformación productiva” (capitalista) “con equidad” (socialista), alcanzándose mayor  “desarrollo humano” mientras más capitalista se sea, obviándose la naturaleza del capitalismo.[3]

El enfoque hegemónico predominante se presenta en esta esfera como supra clasista, atemporal, centrado en “la igualdad en el acceso a las oportunidades”, como si esto fuera posible en una sociedad cada vez más vergonzosamente polarizada entre pobres y ricos. Los enfoques tienen un corte esencialmente jurídico,  político, que no esclarecen su contenido socioeconómico, sino todo lo contrario, ocultan de manera fetichista su verdadera naturaleza. Hay, por supuesto, excepciones en esta línea de pensamiento, como el destacado profesor y sociólogo francés Francois Dubet que impactó en el 2011 con su obra Repensar la justicia social. Contra el mito de la igualdad de oportunidades. Este reconocido activista defiende, por ejemplo, que la justicia social en el capitalismo no puede basarse en que el Estado garantice igualdad de oportunidades para que se logre el ascenso individual a partir de la educación, sobre todo universitaria. La idea de la meritocracia, basada en que cada uno pueda acceder a los empleos según su mérito o capacidad intelectual y disposición, “con independencia de su nacimiento” —posición social—  es fuertemente cuestionada por Dubet, al afirmar que: “el mérito es uno de los principios de justicia más frágil y discutible.”[4] Las capacidades individuales no pueden esfumar las abismales diferencias clasistas. Al contrario, mediante ese modelo de retoques cosméticos las desigualdades se profundizan.

Al final, la bandera tramposa de la igualdad de oportunidades, léase desarrollo humano, como centro de la justicia social, se ha impuesto. Más que un mito, y lo es, en el fondo es una máscara que oculta la engañosa, y para algunos atrayente  idea, en el fondo  neoliberal, de que el éxito individual es la vía eficiente, racional que lleva al desarrollo económico y como consecuencia de ello, a mayor  justicia social.[5]

Ese “sálvese quien pueda” edulcorado es el camino opuesto al rol responsable, solidario del estado socialista cuidando de todos, en particular a los más desfavorecidos, sin desconocer las diferencias individuales, para que de esa forma se salve cada uno. El lema de los mosqueteros franceses, llevado a escala social, solo puede garantizarlo el socialismo.

En fin de cuentas, la propuesta de la igualdad de oportunidades como solución implica que se dejarían de reconocer como injustas las desigualdades, ya que dependería del esfuerzo de cada uno la posibilidad de escapar de ellas, lo cual, de alguna manera, desarma las verdaderas posiciones de demanda de justicia social en el capitalismo, ya que en esa lucha individual de todos contra todos, se pierde, como sucede, el sentido clasista, social de las reivindicaciones.

Tampoco en el proyecto socialista la producción y la propiedad pueden garantizar igualdad en la esfera de la distribución, por tanto en el consumo, incluidas la transición al socialismo, el socialismo y la fase superior del comunismo. No se trata solo de que la producción determina, sino que no se puede buscar la igualdad en la distribución y el consumo, siendo solo factible batallar por toda la justicia social en cada etapa, para así alcanzar la mayor posible.

Marx demostró, tanto para el capitalismo como para el socialismo, que la producción es lo definitorio en lo conceptual y lo material, siendo  la distribución un corolario de esta, por lo que “es equivocado, en general, tomar como esencial la llamada distribución y hacer hincapié en ella, como si fuera lo más importante”.[6]

Otear en el horizonte socialista una supuesta igualdad en la distribución y el consumo, borrosa como un espejismo en el desierto, retrasa y desvía el rumbo, al dibujarse como consustancial a esta sociedad. Es un falso oasis en el horizonte. Lo marxista, científicamente válido y factible, es alcanzar día a día la mayor justicia social posible en los contornos de un modelo económico y social específico, acorde al nivel de desarrollo de cada etapa.

Es necesario entonces situar la distribución en el contexto de las relaciones sociales de producción. Al respecto Engels legó una idea clave: “Solo cuando la forma de producción dada ha recorrido una parte de su camino ascendente, cuando se halla superada a medias, cuando han desaparecido en gran parte, las condiciones que justifican su existencia, y llama ya a las puertas su sucesora, únicamente entonces, la distribución, cada vez más desigual, resulta injusta.[7]

Es una aseveración dura, cortante, pero definitoria para no perderse en la hojarasca y superficialidades. Lo desigual en el plano económico solo es injusto cuando intenta afincarse, mantenerse a contrapelo de la tendencia del desarrollo. Para que se entienda bien, Engels está afirmando que en la etapa ascendente del capitalismo la distribución es desigual, pero no es injusta en lo económico, ya que esa forma y no otra, es la necesaria. Lo anterior no niega, en los planos ético y político, la validez  —en todas las fases— de las luchas proletarias por cambiar sus precarias condiciones de vida.

En el socialismo y más aún en su transición, es totalmente aplicable la valoración general realizada por Engels. Esto es sumamente importante para realizar evaluaciones científicas de la política económica de cada etapa, libre de posiciones igualitaristas, que han conducido a graves errores económicos y políticos.

Parece entonces  evidente que para alcanzar la mayor justicia social en el plano económico, suprimir la gran propiedad capitalista es condición necesaria, pero no suficiente, ya que la copropiedad sobre los medios de producción estatales —haciendo incluso abstracción de los demás sujetos económicos— no conlleva igualdad en la utilización de esos medios debido a las diferentes capacidades laborales de los trabajadores para utilizarlos y las aún enormes diferencias tecnológicas entre los propios medios. Esto conlleva desigualdades inevitables en el aporte laboral, en los ingresos y en el consumo.

Marx, en sus glosas, conocidas como Crítica del Programa de Gotha, intentó desbrozar el camino a los futuros propietarios socialistas al pronosticar que en la fase inferior del comunismo, a la que otros denominaron socialismo, la distribución se realizaría sobre la base del trabajo aportado y mediante los fondos de consumo colectivo. Nunca mencionó el término “principio de distribución”. Eso vino después. Lo que legó fue que la distribución tenía que ser diferente a la del capitalismo, la cual está basada en el capital.

Para la fase socialista y en el sector estatal durante la transición que le precede, lo preciso es la siguiente afirmación de Marx “… bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo.”[8] Esta idea la explicita de manera didáctica como un intercambio equivalente entre el individuo y la sociedad, ejemplificándola con el intercambio mercantil.

No es cierto el principio de distribución, erróneamente generalizado, por irresponsabilidad  mimética, que a de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo. Siempre entrecomillado, supuestamente extraído del trabajo de Marx “Crítica del Programa de Gotha”. Nada que se asemeje aparece en traducción o edición conocida de esas glosas. No es posible que considerase para las dos fases el mismo principio productivo “de cada cual según su capacidad”, el cual si está fundamentado para la fase superior. Es imposible asimilarlo a partir del propio arsenal marxista.

Es, como mínimo, una paradoja histórica que una frase de esos apuntes, glosas, actualizados y publicados por Engels a los quince años del fallecimiento de su amigo y compañero de armas, habiendo tenido como centro la crítica a un erróneo y peligroso programa reformista , fuese adulterada después en el primer manual de Economía Política “marxista-leninista”  publicado por el sin dudas  prestigioso Instituto de Economía de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética en 1952, pero “revisado” directamente por Stalin. Lo escrito por Marx para la fase superior “de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades”[9] se extrapoló para la fase socialista, convirtiéndolo en una arenga laboral y consigna ideológica al afirmarse “el deber igual para todos de trabajar con arreglo a su capacidad y según el principio, igual para todos, de la remuneración con arreglo al trabajo”.[10]

La copropiedad no significa igualdad en la utilización de los medios legalmente comunes, al tener niveles de desarrollo desiguales los medios de producción y las capacidades laborales de los trabajadores. Al ser diferenciada su utilización en el proceso productivo, también  lo será la apropiación individual de esos resultados. Esa es la raíz de todas las diferencias. La igualdad como copropietario es génesis para los cambios políticos y sociales, pero no es meta posible en el consumo, el cual es, en cualquier sociedad, el objetivo final de la producción. La violación y el mensaje erróneo está entonces en pretender la misma base productiva (de cada cual según su capacidad) para las dos fases. En la inferior, y con menos razón en la transición, no existen las condiciones para que cada cual pueda aportar, aunque quisiera, según su capacidad. Los desniveles y diferencias tecnológicas entre las ramas y empresas, entre los trabajos y los trabajadores, incluidas las relativas a la conciencia, a lo que Marx denomina las “desiguales aptitudes de los individuos”[11] hacen imposible que cada cual, es decir todos, puedan aportar según su capacidad laboral.

Lo posible es que el trabajo vaya dejando de ser solo un medio de vida y se vaya convirtiendo, para muchos, en un deber social como argumentara Ernesto Guevara. Ese segmento de trabajadores de  avanzada constituye el eslabón imprescindible para que el trabajo pueda ser deber social, necesidad social de muchos y más adelante, la primera necesidad vital de todos.[12]

Marx, en su crítica directa, mordaz, para la atrayente distribución igualitaria y la engañosa distribución del fruto íntegro del trabajo, utilizó un símil con el derecho burgués. No olvidar que era graduado de jurisprudencia. Es lo más acabado de esos visionarios apuntes para descifrar de que igualdad se trata. El centro del asunto radica, según Marx, en que “la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo”,[13] ya que “El derecho solo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual…”[14] y “Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués”.[15]  Medir, distribuir sobre la base del trabajo aportado es un gran logro, pero a la vez una inevitable “injusticia” que desaparecerá en la fase superior comunista cuando se pueda distribuir con arreglo a las diferentes necesidades individuales y no se medirá con un rasero único por lo que “solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués”.[16]

Estas ideas no siempre se han comprendido a cabalidad y se percibe por muchos, impregnados de “infantilismo de izquierda”,  la afirmación metafórica de que “este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa”.[17] Recurrir a la historia ayuda a esclarecer el asunto. En las sociedades esclavista y feudal no se aplicaba un rasero único, una misma medida para juzgar los delitos de los diversos sujetos sociales. Todo lo contrario, eran evaluados legalmente, desde el primado Código de Hammurabi en la antigua Mesopotamia, en dependencia de la posición clasista, social y de género. A igual acción, diferente sanción, sin argucias. Como dice el viejo proverbio  “se medían con varas diferentes”.

Con el ascenso de la burguesía al poder —entre otras razones para eliminar ese estado de cosas— se abolió la legislación feudal y comenzó, hipotéticamente, a juzgarse con igual precepto a sujetos de clases y grupos sociales diferentes. Era la misma ley para todos, pobres y ricos, aunque en la práctica se aplicó siempre a favor de los poderosos. Aun así, fue uno de los grandes logros políticos y sociales de la humanidad.

Aplicada “la misma vara”, el trabajo aportado, en la distribución socialista, se destaca el gran paso histórico  —aunque no sea evidente para muchos—  de haberse convertido el trabajo y no ya el capital, en la medida del consumo. Sin embargo, como es un reflejo de las diferencias en la producción, refracta, recoge, las desigualdades congénitas a cada trabajador en cuanto a sus capacidades laborales. El aplicar una medida única —el trabajo— a condiciones y hombres desiguales en cuanto a sus capacidades y condiciones familiares, conlleva, irremediablemente, como en el entonces avanzado derecho burgués, una enorme desigualdad.

Dilucidado lo anterior se impone la siguiente interrogante ¿Cómo es posible utilizar el trabajo como medida de la distribución siendo un intangible?  Es, tal vez, en lo que menos se ha meditado. Simplemente se repite y se escribe sobre “el principio” de distribución con arreglo al trabajo, sin profundizar en su factibilidad real. Nadie ha estado libre de esa letanía. El trabajo es desgaste de energías físicas y mentales que cristalizan en un valor de uso o un servicio. Pero, ¿cómo se puede medir la cantidad y calidad del trabajo aportado? ¿Por los resultados finales?¿La distribución es entonces con arreglo a los resultados finales, expresados en valor, logrados por cada obrero en los marcos concretos de su empresa?

Lo científico es considerar que la distribución individual en el socialismo (sector estatal en la transición) tiene como concepto diferenciador el trabajo y no el capital, pero que ello no se traduce en que el trabajo sea un principio directo de distribución. Al razonar y no repetir estereotipos, se hace evidente que es un imposible económico distribuir con arreglo a una categoría intangible como el trabajo.

Otro elemento distorsionador es considerar a los fondos sociales de consumo como el embrión de la distribución comunista y sin contradicciones internas. Marx los denominó fondos de consumo colectivo por el contexto en que se utilizan por cada individuo. Están formados por los gastos en salud pública, educación, deportes, algunos servicios culturales, servicios comunales, asistencia y seguridad social. Solo este último se distribuye tomando como parámetro el trabajo pretérito individual aportado. Su esencia es amortiguar las diferencias, a mediano y largo plazo, entre los miembros de la sociedad.

Al ser en su mayoría gratuitos y consumirse colectivamente (escuelas, hospitales) se impuso la tradición de que constituyen el embrión de la futura distribución comunista, con la visión del comunismo como una gran olla común. En nuestro criterio se distribuyen sobre la base de Normas Estatales de Consumo (cantidad de maestros por alumnos; médicos por habitantes, etc). Dada la voluntad política socialista, la tendencia es establecer los indicadores más favorables a partir de las condiciones económicas concretas o incluso, como en Cuba, no obstante condiciones económicamente adversas.

La igualdad solo existe en lo relativo a su acceso gratuito, lo cual también se da, aunque en menor medida, en el capitalismo. Su esencia es amortiguar las diferencias sociales, sobre todo futuras, pero en la práctica, por diversas causas, son los grupos sociales que más lo necesitan los que menos utilizan algunos elementos cruciales para su desarrollo como la educación superior, cultura, círculos infantiles, etc. Esa es su gran contradicción no reconocida, ya que pueden hacerse eternas las diferencias sociales, además de la injusticia congénita de que aquellos que contribuyen decisivamente a la creación del PIB, sean sus descendientes los que menos se beneficien. Su fuente es el trabajo social aportado por todos. No existe fruto de un acto de caridad individual. Tampoco en esta esfera hay igualdad.

 La búsqueda de la mayor justicia social posible.

Las acciones concretas para garantizar a nivel macro la mayor justicia social en el plano económico, se han implementado de manera gradual, desde el mismo inicio de la transición socialista ya que justicia social, propiedad social y planificación, son los pilares socioeconómicos de la nueva sociedad, no importa el peso que tengan las demás formas de propiedad y el mercado. Hay entonces que rescatar y evidenciar donde radican los verdaderos contenidos de la justicia social congénitos al proyecto socialista, desterrando la palabrería sobre igualdad. Un recorrido somero muestra los siguientes pilares de la justicia social:

  • La copropiedad de los trabajadores sobre los medios de producción estatales, la cual se reconoce constitucionalmente. Sin embargo, ello no elimina las desigualdades en la utilización de esos medios. Lo injusto es cuando se acentúan y prolongan en el tiempo esas diferencias, con la consiguiente afectación en el consumo, debido a errores en las políticas económicas. La solución gradual a la contradicción entre propiedad y posesión es clave para avanzar en el logro de la justicia social. Crear las condiciones políticas, económicas y laborales que garanticen la realización de la propiedad socialista, que el trabajador sea y actúe estimulado como el dueño real de esos medios de producción, es la esencia de la justicia social en el plano económico y condición esencial para el despegue.
  • La correspondencia entre la medida del consumo, la medida del ingreso y la medida del trabajo aportado. El funcionamiento adecuado de esa tríada en el sector estatal socialista radica en que se consuma en proporción al trabajo aportado. Dignificar el lugar y peso del trabajo aportado. La respuesta, además de ideológica, está en el sistema salarial institucional compuesto por grupos, tarifas, etc. Lo justo no es que converjan, sino que existan tantos salarios diferentes como trabajadores. En ninguna empresa habrá dos trabajadores que aporten exactamente lo mismo. En la esfera de la distribución no se pueden “equiparar” las diferencias individuales que radican en la esfera productiva. La justicia social aquí es diferenciar, reconocer los aportes diversos.
  • Distribuir los Fondos Sociales de Consumo partiendo de una Política Social Integral Específica que de manera planificada priorice a los sectores sociales menos favorecidos, frenándose la tendencia, no reconocida, de que los grupos de superior status social continúen apropiándose de manera desmedida de esas oportunidades. Tal vez sea justo diseñar una “discriminación a la inversa” que favorezca a los más vulnerables, incluso a costa de los más favorecidos. La esencia de estos Fondos Sociales radica en contribuir a amortiguar diferencias, por tanto, tienen que dejar de ser un factor que ahonde las brechas sociales. En la posibilidad real de enfrentar esa situación radica la superioridad del modelo social y económico socialista sobre el capitalista.
  • Reconocer y apoyar en la transición socialista las diferentes formas de propiedad no estatales y sus vínculos horizontales directos con la estatal, constituye un pilar decisivo de la justicia social. Las formas de distribución en la pequeña y mediana propiedad capitalista, en la propiedad privada individual, la mixta y la cooperativa son esencialmente diferentes a la socialista y entre ellas. Como son necesarias económicamente, son válidas, aunque generen polarización social. En el sector no-estatal, los menos favorecidos, realizan su trabajo por cuenta propia, mientras que para los favorecidos, trabajan otros por cuenta de ellos.

Todos esos propietarios privados individuales deberán ser absorbidos gradualmente, como tendencia de desarrollo, por la propiedad cooperativa y después por la estatal, en una leal competencia económica. Aunque parezca ficción, ya que la historia económica y el tozudo presente muestran lo contrario, el futuro evidenciará un proceso de concentración y centralización de la propiedad alrededor de la estatal socialista sin coacciones económicas de ninguna índole. Ese debe ser el camino.

A diferencia de los trabajadores estatales, esos propietarios cooperativos están “realizados” económicamente, son eficientes y se apropian de manera directa de una parte de su producto excedente, ya sea denominada ganancia o utilidades de la cooperativa. En esta última forma de gestión, por cierto, la distribución no es solo “con arreglo” al trabajo, sino que el ingreso del cooperativista tiene varias fuentes, por lo que equipararla con el salario obrero no es científico.

Todas estas formas de distribución son necesarias y —recordemos a Engels—  justas; lo cual no niega que sean portadoras, sintomáticas y asintomáticas, del capitalismo en lo económico y lo ideológico. Hay que saberlo para vencer en ese inevitable enfrentamiento.

La historia del socialismo conocido, incluido el cubano, muestra de manera lastimosa las consecuencias de ahogarlas o liquidar los tipos socioeconómicos no socialistas, lo que significa una injusticia social mayor con esos grupos y con la sociedad en su conjunto, por lo que han dejado de aportar en productos, servicios y finanzas a la sociedad.

 La búsqueda de la mayor justicia social posible en Cuba.

Alcanzar “toda la justicia social” ha sido eje central de lo mejor de la historia cubana, teniendo a José Martí y Fidel Castro como sus figuras cimeras. Desde muy temprano la Revolución dedicó enormes recursos materiales, financieros y humanos a la educación, salud pública, deportes, cultura y otros servicios, habiendo estado muchas veces su crecimiento desligado del fondo de acumulación productiva, contraviniendo toda lógica económica,cualquiera que esta fuese.

Era necesario garantizar, de inmediato, educación para todos, salud pública de calidad, seguridad y asistencia social, etc., sin esperar a un alto desarrollo económico. La superioridad del proyecto socialista no se percibe por el pueblo en la propiedad socialista, la planificación y “otras superioridades”. La palabra empeñada para liquidar los males sociales por el líder de la Revolución Cubana en el histórico juicio del Moncada, fue asumida por todo el pueblo y, de esa manera, la historia no solo lo absolvió de cargos, sino que, además, le dio toda la razón.

Una verdadera revolución triunfante en condiciones de subdesarrollo tiene que violar, en su primera etapa, las proporciones económicas más elementales a favor de la justicia social. En Cuba los ejemplos más ilustrativos son los siguientes:

  • La erradicación inmediata de la extrema pobreza a costa del exiguo presupuesto heredado.
  • La costosa Campaña Nacional de Alfabetización que prácticamente paralizó el país en 1961.
  • El per cápita anual de los Fondos Sociales de Consumo, que ya en los años 80 era uno de los más altos del campo socialista.
  • Equiparación de ingresos en el sector estatal, llegándose a la correlación inaudita, irrepetible de 4,2 a 1 en los años ochenta.[18]
  • Alcanzar uno de los primeros lugares o el primer lugar en el mundo en cuanto a médicos por habitantes, maestros/alumnos, baja tasa de mortalidad infantil, etc., exigió, irremediablemente, la afectación de otros sectores.
  • En los albores del derrumbe del autoproclamado socialismo real a fines de los años ochenta, mientras la tasa de acumulación productiva descendía a12%, a la par se construían hospitales pediátricos, círculos infantiles. De estos últimos, en el año 1987, solo en La Habana, se construyeron 115.
  • Mantener desde los años 90, hasta hoy, en medio del recrudecido bloqueo norteamericano y una baja eficiencia económica, un peso significativo de los gastos sociales.[19]

Son muy pocos los trabajos que han indagado sobre las causas o factores que explican el porqué de estos logros incongruentes con las posibilidades económicas del país. En una primera aproximación se pudieran consignar los siguientes factores:

  • La voluntad política del Jefe de la Revolución de priorizar la esfera social fue posible de instrumentar por su liderazgo indiscutible y poseer todos los resortes para alcanzarlo.
  • La “ayuda” del llamado campo socialista y en particular la soviética fue decisiva. El propio Fidel, con su antológica honestidad, así lo confirma.[20]
  • La afectación de otros sectores y ramas de la economía a costa de la esfera social, manifiesto en los problemas estructurales, bajas tasas de acumulación productiva, etc.
  • Violación de la división social del trabajo. El sobre girado número de maestros, personal de salud, instructores de arte y profesores, necesariamente tenía que provocar un déficit de graduados en otras esferas.
  • La creciente ayuda internacionalista a otros pueblos, precisamente en salud, educación, deportes, cultura y otras ha demandado la formación de un excedente de profesionales con esos fines. Esos vínculos internacionales son uno de los soportes de la seguridad nacional del país frente a la pertinaz política de aislamiento y bloqueo del imperialismo yanqui. Ya después, una parte de ellos, encauzados como servicios técnicos exportados han sido fuente de ingresos, pero con un carácter muy volátil, ya que muchas fuentes tienen como raíz relaciones políticas, siempre inestables.

Hay otros factores que explican el por qué del elevado nivel alcanzado por estos servicios en Cuba, pero estos son los fundamentales. En las primeras etapas era necesaria esa desproporcionalidad desmedida, para poder revertir la situación heredada del capitalismo y crear masivamente una fuerza de trabajo saludable y capacitada integralmente, capaz de enfrentar los grandes retos del proyecto socialista.

El error estuvo en haber extendido en el tiempo gratuidades ya injustificadas, pero, sobre todo, los gastos excesivos totalmente incongruentes con las posibilidades económicas del país. No es ya congruente ocupar los primeros lugares, o el primer lugar a nivel mundial en algunos de estos indicadores y, a la par, tener un conjunto de necesidades básicas insatisfechas y muy bajos indicadores económicos.

No obstante, en lo social, estos excesos son preferibles a una política economicista. El proyecto socialista es en esencia político, de masas, por lo que, a partir del soporte social ya alcanzado, se debe buscar, como se hace actualmente, el justo término entre desarrollo social, acumulación productiva y eficiencia económica.

 Justicia social y postpandemia en Cuba.

La crisis económica mundial y nacional agravada por la Covid -19 afecta a todos, pero, en especial, al sector más vulnerable. Cuba no es una excepción. Lo peculiar, a diferencia de otros países, radica en algunos parámetros para delimitar ese sector. En él se concentran: los comprendidos en la precaria asistencia social, algunos trabajadores por cuenta propia con ingresos inestables y bajos, muchos pensionados o jubilados, los trabajadores del sector estatal con salarios similares e inferiores al medio y muchos de los que no reciben divisas del exterior. Si antes de la pandemia se encontraban en situación de precariedad, ahora pasaron de grave a crítico.

Este mismo grupo, como regla, concentra a muchos de los que no tienen vivienda o están en condiciones precarias, lo cual es el principal problema social de Cuba aún no resuelto. Son también los de menor nivel cultural y educacional. Menos hijos ingresan en la educación superior, relativamente más obreros simples, agrícolas, negros y mestizos. No es solo el tema ingresos monetarios lo que afecta un mayor nivel de satisfacción.[21]

Por tanto, entre las prioridades actuales para mantener la mayor justicia social pudieran considerarse:

  • Diseñar una Política Social Integral específica para el sector más vulnerable y para cada uno de sus grupos.
  • Corregir los indicadores sociales, médicos por habitantes, maestros por habitantes, etc., acorde a la estructura y posibilidades económicas reales del país.
  • Para incrementar el acceso y continuidad a la educación superior, evaluar el establecimiento de plazas adicionales, extras, para hijos de obreros, campesinos, negros y mestizos, en proporción a la estructura demográfica de cada territorio. Subvenciones de la Asistencia Social a las familias pobres con hijos en la enseñanza preuniversitaria y universitaria.
  • Aumentar las cuotas preferenciales, directas, en los círculos infantiles, a los niños que viven en condiciones precarias. Realizar investigación sociológica sobre procedencia social, laboral y color de la piel de las madres beneficiadas en esas instituciones.
  • Acercar cada vez más la distribución per cápita del fondo de salarios, a las decisiones directas de cada colectivo laboral.

 

CONCLUSIONES

La delimitación científica del concepto socioeconómico de justicia social en la transición socialista reviste una singular importancia en lo ideológico y económico, por su repercusión en las acciones concretas que se adopten en el modelo económico y social de cada etapa.

Es un concepto orgánicamente vinculado con la igualdad y la equidad. Se parte de la hipótesis de que en ninguna etapa de desarrollo puede existir igualdad en el consumo, en los ingresos y en los aportes laborales. La igualdad económica se da en el plano esencial de la relación de copropiedad social, pero la desigualdad en su utilización es una de las fuentes del resto de las diferencias sociales. Por su carácter gratuito, existe igualdad reconocida estatalmente con respecto a los Fondos sociales de Consumo, pero también desigualdad en su utilización.

Se desdibuja el espejismo de la igualdad y se fortalece la idea de la búsqueda de la mayor justicia social posible para todos a partir de la disminución de la brecha entre posesión y apropiación de los medios de producción sociales, redistribución de la riqueza social a favor de la clase obrera, la priorización del sector más vulnerable y el tratamiento inclusivo de todas las formas de propiedad y distribución. Urge la implementación de acciones y medidas adicionales que favorezcan de inmediato a los sectores más vulnerables de la sociedad cubana.

NOTAS:

[1]Engels, Federico. Anti Dühring, Edit. Pueblo y Educación, La Habana 1979, pág. 113

[2]Lenin V.I. “Lo que dice de la igualdad un profesor liberal”, O.C. t.20, Editorial Literatura Política (en ruso). Moscú, 1965, pág. 128.

[3]En un encuentro efectuado el 1ro. de julio 2005 en la sede de la Asociación de Cocaleros de Cochabamba, Evo Morales Ayma —aún no era Presidente— al concluir mi clase, que versaba sobre el concepto de Desarrollo Humano y el subdesarrollo, expresó: “profesor, el desarrollo capitalista es inhumano, no podrá ser nunca humano”. Después, tomó la tiza y auxiliándose de la pizarra explicó, con más y mejores argumentos que yo, la mayoría extraídos de sus luchas por los pobres en Bolivia, el porqué de su afirmación. Fue una lección inolvidable que por primera vez comparto.

[4]Dubet, François: Repensar la justicia social. Contra el mito de la igualdad de oportunidades, Madrid, Editorial Siglo XXI, 2011.

[5]García Báez, Román. “El desarrollo del carácter socialista del trabajo en la obra del Che”. Revista Cuba Socialista. No. 43, 1990, Pp. 81-92.

[6]Marx, Carlos: “Crítica del Programa de Gotha”, en Marx y Engels. Obras escogidas, Tomo II. Editorial Progreso, Moscú 1971, pág. 17.

[7]Engels, Federico: Anti Dühring, Edit. Pueblo y Educación, La Habana, 1979, pág. 182.

[8]Marx, Carlos. “Crítica del Programa de Gotha”. En Marx y Engels. Obras escogidas, Tomo II. Editorial Progreso, Moscú, 1971, pág. 15.

[9]Marx, Carlos. “Crítica del Programa de Gotha”. En Marx y Engels. Obras escogidas, Tomo II. Editorial Progreso, Moscú, 1971, pág. 16.

[10]Manual de Economía Política. Academia de Ciencias de la URSS.Tercera Edición. Editorial Ciencias Económicas y Sociales. La Habana, 1961, pág. 529.

[11]Marx, Carlos. “Crítica del Programa de Gotha”. En Marx y Engels. Obras escogidas, Tomo II. Editorial Progreso, Moscú, 1971, pág. 16.

[12]García Báez, Román. “El desarrollo del carácter socialista del trabajo en la obra del Che”. Revista Cuba Socialista, No. 43, 1990, Pp. 81-92.

[13]Marx, Carlos. “Crítica del Programa de Gotha”. En Marx y Engels. Obras escogidas, Tomo II. Editorial Progreso, Moscú 1971, pág. 15.

[14] Ídem, pág. 16.

[15] Ídem, pág. 16.

[16] Ídem, pág. 16.

[17] Ídem, pág. 15.

[18]En ese momento esa tendencia a la igualación nos parecía a todos lo más socialista. No era un mero promedio estadístico como en el resto del mundo. Si se hacía abstracción de los campesinos y transportistas privados, del total de trabajadores, los de la escala máxima, solo obtenían tres veces más que el que menos ganaba. Mirado en retrospectiva, esa equiparación era injusta y desestimulante.

[19]García Valdés, Carlos M y Arturo Viciedo Rodríguez. Economía cubana: del azúcar al conocimiento (1989-2009).

[20] “Las relaciones nuestras con el campo socialista, las relaciones de intercambio comercial que tenemos con el campo socialista, la solidaridad del campo socialista con Cuba, demostrada en estos años en una cooperación que no ha fallado nunca, es lo que han hecho posible realmente este milagro nuestro. No es solo nuestro mérito, nuestro esfuerzo, nuestro trabajo; tenemos méritos, hemos hecho esfuerzos, hemos trabajado no vamos a negarlo, pero sin esa solidaridad, sin esa cooperación, no, ¡ni pensar siquiera que nosotros pudiéramos exhibir los logros que hemos alcanzado, tanto en el terreno económico, como en el terreno social!” (Castro, 1984).

[21]Zabala Argüelles, María del Carmen y otras. Retos para la equidad social en el proceso de actualización del modelo económico cubano. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2015.

Fuente: Cuba Socialista –

Revista teórica y política del Comité Central del Partido Comunista de Cuba