La hegemonía populista, la experiencia frentista y la necesaria unidad de las fuerzas revolucionarias. Apuntes a partir del caso de Argentina. Por Gastón Ángel Varesi

Hegemonía y populismo

América Latina presenta una vasta y rica experiencia de luchas populares donde las dinámicas de la dominación y de la emancipación han cobrado formas particulares en los diversos territorios nacionales. En ese sentido, el objetivo de la ponencia es reflexionar acerca del rol de la unidad y la solidaridad de las fuerzas revolucionarias en contextos singulares donde la principal tradición arraigada en el campo popular no remite a una cultura política de izquierda inspirada en el marxismo sino que se vertebra a partir de lo que podríamos denominar como una hegemonía populista. Desde allí delinearemos algunos apuntes acerca de los alcances, límites y desafíos que dicho contexto establece para alumbrar el horizonte de los cambios profundos que nuestros pueblos necesitan para alcanzar una segunda y definitiva independencia.

Una primera pregunta se hace manifiesta: ¿a qué nos referimos y cómo definir esta noción de hegemonía populista? Siguiendo una definición sintética del concepto gramsciano de hegemonía podemos sostener que ésta refiere a la dirección política, ideológica y cultural de un grupo social sobre otros, lo cual involucra un predominio de los factores del consenso por sobre la coerción y la construcción de una visión del mundo que vaya definiendo una unidad de fines políticos, económicos, intelectuales y morales (Gramsci, 2003; Varesi, 2015). A su vez, indagar sobre el carácter populista de una hegemonía nos remite a diversas definiciones. Una de ellas, elaborada por Laclau (2005) piensa al populismo como una lógica política relacionada con la articulación de demandas[1] que van delimitando una frontera, confrontando al adversario y estableciendo un campo de antagonismo que habilita un proceso de emergencia de sujetos y su configuración identitaria. En este sentido, en Argentina el peronismo clásico constituyó el caso más icónico, postulándose en su discurso como una fuerza que recuperaba las demandas del pueblo frente a los privilegios de la vieja oligarquía dominante.

Sin embargo, una segunda definición del populismo, desde una perspectiva de clases necesita ser repuesta. Rajland (2008) desarrolla el concepto de pacto populista, el cual refiere a la estrategia, gestada en países del capitalismo periférico, orientada a conformar un pacto social donde el Estado cobra protagonismo procurando la articulación de intereses y actores de distintas fracciones de clases dominantes, particularmente el capital productivo, y de las clases subalternas, con relevancia del movimiento obrero, en pos de un proyecto de desarrollo nacional. Al mismo tiempo, este pacto planteaba una serie de concesiones, ceder ingresos y habilitar derechos por parte de la burguesía para incluir a las mayorías populares, pero también, les demanda a éstas ordenarse dentro del sistema y abandonar la lucha por la revolución social.

Además, la articulación de intereses de clases dominantes y subalternas somete a estos procesos a las contradicciones propias que constituyen la estructura de clases en las sociedades capitalistas. Esto se expresa en el plano político a la conformación de movimientos que como el peronismo contienen, por un lado, componentes “plebeyos”, “heréticos”, portando demandas populares que resultan disruptivas a los sectores más concentrados del capital, pero al mismo tiempo, contienen componentes sistémicos (James, 2006), que son conservadores en términos del modo de producción, ya que no se cuestionan la base capitalista de la sociedad sino que centran la disputa en torno al patrón de acumulación, promoviendo políticas de desarrollo industrial, empleo, derechos sociales y distribución de ingresos sin proyectar una superación de la sociedad de clases y la opresión capitalista en su conjunto.

De la instauración del orden neoliberal al giro latinoamericano a la izquierda

Estas tensiones constitutivas del siglo XX en diversos países latinoamericanos, fueron afectadas también por el proceso de instauración del neoliberalismo y la reestructuración profunda que impuso. En el caso argentino, la última dictadura militar (1976-1983) gestó drásticas modificaciones en todas las dimensiones de nuestra sociedad, reconfigurando la estructura de clases y las dinámicas políticas, económicas y sociales a favor del gran capital, consolidando un poderoso bloque de poder al ritmo de los procesos de financiarización, concentración y centralización económica, que luego daría un nuevo salto con las privatizaciones de las empresas públicas en los años 90, lideradas de hecho por un gobierno del propio peronismo, durante las presidencias de Carlos Menem (1989-1999), en el marco de la hegemonía neoliberal auspiciada por el auge del Consenso de Washington y el triunfo de EEUU en la guerra fría frente al colapso de la Unión Soviética.

Sin embargo, la resistencia de las fuerzas populares y de izquierda contra el neoliberalismo dio origen a diversas luchas que alcanzaron su punto álgido en la rebelión de 2001, la cual puso fin al gobierno de la Alianza con la renuncia del presidente Fernando De la Rúa (1999-2001). Luego, en el contexto de giro a la izquierda en nuestro continente, resurgió de la mano del ciclo de gobiernos kirchneristas (2003-2007, 2007-2011 y 2011-2015) un proyecto de “crecimiento con inclusión social”, con un perfil industrialista, que buscaba volver a fortalecer al Estado y recomponer el tejido de las pequeñas y medianas empresas, sumando políticas de empleo y de distribución del ingreso, en lo que podemos denominar como la configuración de un régimen de acumulación neodesarrollista a nivel nacional (Varesi, 2011, 2021; Schorr, 2012).

Esta estrategia contuvo uno de sus aspectos más potentes en su apuesta por la integración latinoamericana, donde si bien Argentina aparecía limitada a la idea de un capitalismo nacional, convergía con distintas experiencias socialistas en un bloque popular latinoamericano dando forma a un regionalismo autónomo, que iría entrando en contradicción con la hegemonía de EEUU y los organismos financieros internacionales. Esto se gestó en un camino que fue desde el Consenso de Buenos Aires firmado por Néstor Kirchner y Lula Da Silva en 2003, el rechazo al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) de 2005, y el pago por adelantado y fin de los tratados con el Fondo Monetario Internacional (Varesi, 2019). Más adelante la conformación de la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) y la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), de las cuales Argentina fue partícipe, también marcaron el cambio de época.[2] Fue por esta intervención positiva en términos geopolíticos y por la recuperación de diversas reivindicaciones en materia de derechos humanos, de género, laborales, de políticas sociales y de mejoras salariales, que diversas fuerzas de izquierda, como el Partido Comunista de la Argentina sumaron sus esfuerzos al Frente para la Victoria, espacio liderado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Sin embargo, al interior del país, las tensiones propias de la hegemonía populista no se hicieron demorar. Por un lado, se observaron limitaciones estructurales, que mostraban la continuidad de una burguesía altamente concentrada y extranjerizada como conducción económica del bloque de poder, el perfil de inserción subordinada del país al mercado mundial como proveedor de materias primas y manufacturas de escaso valor agregado (Wainer, 2016). Y, por otro lado, limitaciones políticas, propias del desgaste de un ciclo de tres gobiernos kirchneristas consecutivos, su incapacidad de generar nuevos liderazgos y promover una experiencia frentista que permitiera renovar las esperanzas de nuevas mejoras para las mayorías populares. Esto se dio junto con la defección de las principales fracciones de la burguesía de la estrategia de pacto social, y en un contexto de creciente fragmentación del movimiento obrero, con cinco centrales sindicales que en su mayoría también se irían alejando del proyecto oficial.

El triunfo de la coalición Cambiemos, que dio lugar al gobierno de Macri en 2015, mostró la pervivencia del proyecto neoliberal y su capacidad de daño. Por un lado, sus políticas erosionaron los ingresos y derechos populares mediante ajustes en el Estado, con incrementos exorbitantes de las tarifas de servicios públicos, mientras se quitaban impuestos a las fracciones más poderosas del capital. Y por otro, deterioraron las capacidades productivas del país, mediante mayor apertura comercial, desregulación económica y el aliento a la especulación financiera, volviendo a endeudar al país en un ritmo nunca antes conocido, sometiéndolo al mandato del FMI, a partir de la toma del crédito más grande que el organismo diera a un país en toda su historia: USD 44.000 millones, los cuales fueron enteramente derivados facilitar la fuga de capitales (CIFRA, 2016; Varesi, 2021).

Esta experiencia evidenció las continuidades de fondo del capitalismo argentino, que no lograron ser alteradas durante el ciclo progresista, sin erosionar el poder estructural del gran capital y su capacidad de veto y de decisión sobre las principales variables de la economía así como su poder para orientar una salida reaccionaria en el plano de la política más coherente con sus intereses de corto plazo.

En el contexto de desastre social generado por el gobierno de Cambiemos surgió la conciencia de la más amplia unidad popular como necesidad histórica para derrotar al proyecto neoliberal en las urnas en 2019.

 El Frente de Todos: alcances, límites y desafíos

En ese trayecto, la creación del Frente de Todos, conformado por un amplio y heterogéneo espectro de fuerzas políticas, generó una gran expectativa en los sectores populares cuyas condiciones de vida se veían devastadas por las políticas de ajuste, entrega y represión llevadas adelante por el macrismo.

Sin embargo, tras un auspicioso inicio donde la economía parecía comenzar a estabilizarse, se habilitaban aumentos salariales y se impulsaban políticas para recuperar la producción y el empleo, regulando las tarifas y las finanzas, la pandemia de COVID-19 volvió a establecer un escenario plagado de dificultades. Si bien el gobierno logró reconstituir el derruido sistema de salud, generar medidas de protección y, luego, conseguir las vacunas, en el plano económico y social, la caída de la actividad económica producto de la pandemia y la insuficiencia en las políticas sociales para apuntalar los ingresos populares resultaron en un nuevo escenario de deterioro de las condiciones de vida. A medida que la actividad económica se recuperaba, mostrando buenos indicadores en relación al descenso del desempleo, sin embargo, no se observaba un correlato en términos distributivos. El gobierno comenzó a quedar atrapado entre sus intentos de estabilizar las variables macroeconómicas y las presiones del bloque de poder y los organismos financieros internacionales. El acuerdo con el FMI para la renegociación del pago de la deuda, terminó convalidando la estafa realizada durante el gobierno de Macri e imponiendo una restricción a las políticas públicas limitadas a cumplir con las metas impuestas desde el organismo financiero. Así, reaparecieron, aunque de forma moderada, esquemas de ajustes del gasto público, en un momento donde la inflación comenzaba a desbordarse alcanzando picos desconocidos en décadas, erosionando el poder adquisitivo de salarios, jubilaciones y planes sociales.[3] Esto se da en un delicado contexto de restricción externa con escasez de reservas internacionales, corridas cambiarias y presiones inflacionarias, que pone al gobierno a disposición de generar “señales positivas” hacia los mercados y evidencia severas dificultades desde la política económica de lograr armonizar la incipiente recuperación del crecimiento económico con una distribución progresiva del ingreso favorable a los sectores populares.

Estas limitaciones económicas se vinculan también a limitaciones en el plano de la política. En primer lugar, se hizo evidente que el frente electoral con el que se ganaron las elecciones del 2019 nunca cobró la forma de un verdadero frente político y su rol fue desconocido ante las decisiones tomadas por el sector que hegemoniza el gobierno. Evidentemente, esta versión moderada de la estrategia populista presenta mayores dificultades para articular demandas de los sectores populares y, en condiciones de fragilidad económica, tiende a ceder frente a los reclamos del bloque de poder, lo cual genera una difuminación del adversario, que tiende a limitar, a su vez, la capacidad de construir hegemonía, sumando debilidad política a las decisiones gubernamentales.

Asimismo, las diferentes concepciones políticas y de objetivos entre las diversas fuerzas que dieron origen al Frente de Todos fueron dando lugar a diversas crisis internas, particularmente entre el sector que conduce la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, y el presidente, Alberto Fernández, con enfrentamientos públicos y disputas palaciegas, sin que se abriera un debate orgánico que hiciera parte a las numerosas fuerzas políticas que constituyen el frente. Este escenario de crisis económica, política y social viene diluyendo las expectativas generadas en 2019. Además, coherentemente con la decisión de firmar este acuerdo con el FMI, el gobierno oscila entre su inicial apuesta por relanzar el proceso de integración latinoamericana y ceder ante las presiones de los EEUU.

En medio de las promesas incumplidas, parte del descontento comienza a ser capitalizado por nuevos espacios de ultra-derecha, que corren el horizonte de lo posible promoviendo una ideología de libre mercado a ultranza, sugiriendo desde privatizaciones, eliminación de derechos laborales y sociales, hasta la eliminación de gran parte de los organismos e instituciones del Estado nacional. De este modo, Cambiemos, a pesar del desastre económico de la gestión Macri, vuelve a posicionarse como alternativa de poder, favorecido por el apoyo del gran capital, preparando las reformas regresivas inconclusas, en materia laboral, previsional y fiscal. Esto se da en un contexto donde el bloque de poder comienza a alinear sus alfiles políticos, económicos, mediáticos y judiciales buscando obturar cualquier posibilidad de recomposición popular, atacando particularmente a Cristina Fernández de Kirchner en busca de su proscripción. De este modo, la proliferación de discursos de odio antipopular y de violencia política fue conformando el contexto en el cual recientemente tuvo lugar un intento de magnicidio contra Cristina Fernández.

 Reflexiones finales: la necesidad de la unidad y la unidad necesaria

Es, en este crítico contexto, donde la unidad de las fuerzas revolucionarias vuelve a ser más necesaria que nunca para poner freno a la derecha y su estrategia de restauración neoliberal. Pero también es menester debatir qué tipo de unidad se necesita, donde la amplitud logre articularse con una genuina unidad en términos de funcionamiento político y debate programático, generando acuerdos básicos en torno al proyecto, que sean luego respetados por los dirigentes que tomen responsabilidades en la gestión del gobierno. Esto requiere además de una “unidad dentro de la unidad”, es decir de una articulación de aquellos que están dispuestos a enfrentar los designios del imperialismo y el gran capital, para mover la correlación de fuerzas tanto dentro del Frente de Todos, como en el conjunto de la sociedad. El desafío es gestar un gran polo que se alce con el claro objetivo de enfrentar a quienes someten a nuestro pueblo al hambre y la exclusión, para lo cual resulta imprescindible realizar una amplia convocatoria para revitalizar una construcción frentista, de carácter antineoliberal, latinoamericanista, antiimperialista, en solidaria con Cuba, Venezuela y Nicaragua ante las agresiones que sufren cotidianamente por parte del imperialismo, en la búsqueda de un mundo más igualitario y multipolar. Esto requiere también de una articulación entre los actores más radicalizados de las fuerzas de tradición populista con aquellas provenientes de la izquierda marxista, generando acuerdos y acciones transformadoras. Asimismo, demanda una revalorización de la democracia, frente a las tendencias neofascistas, para proyectarla en un sentido de mayor profundidad hacia horizontes más participativos que involucren al conjunto de la vida social, trascendiendo los límites formales en que tiende a quedar encorsetada en las sociedades capitalistas.

Y en ese camino, también reaparece la pregunta inicial sobre los alcances y límites de la hegemonía populista. Las estrategias de pacto social han chocado una y otra vez con la defección de la burguesía local, a la cual se la invoca míticamente como una “burguesía nacional”, pero que en los hechos, lejos de entrar en contradicción con el imperialismo en pos de una apuesta a un desarrollo soberano nacional, estos sectores concentrados tienden a confluir con el mismo en las lógicas de las financiarización, la especulación y la fuga de capitales. También es necesario debatir los límites del propio Estado dirigido por la hegemonía populista para gestar transformaciones estructurales que limiten el poder del gran capital: tras el ciclo de gobiernos kirchneristas, que sin dudas fueron los mejores años para las mayorías populares desde el retorno de la democracia, sin embargo, la inserción de Argentina en el mercado mundial siguió siendo subordinada, sin romper los lazos de dependencia con las economías centrales, y a nivel interno, el bloque de poder se consolidó, sosteniendo altos índices de concentración y de extranjerización. Es así, como el carácter extranjerizado de la estructura económica vuelve a poner en tensión el alcance nacional de estos proyectos, y la alta concentración económica, su alcance popular, en el sentido de poder gestar bases estructurales duraderas favorables a la clase trabajadora.

Esto también abreva en un aspecto nodal de la batalla ideológica que atraviesa tanto a la Argentina como al continente y que refiere a que parte de los líderes populares que encabezaron los procesos de cambio en el siglo XXI aún confían en el capitalismo como mejor modo de producción, y ponen el énfasis en la capacidad del Estado para mitigar las injusticias provenientes de las lógicas del mercado. Esto no se limita sólo al plano de las ideas sino que tiene correlato luego en la construcción de las políticas. En ese sentido, suele faltar una visión acerca de la relevancia y la necesidad de dar impulso a formas alternativas en la producción y a una democratización del proceso económico. Esto implica concebir y construir políticas que pongan a los trabajadores como sujetos no subordinados de la generación de bienes y servicios, con lógicas cooperativas y asociativas que no queden limitadas a constituir un paliativo de subsistencia para quienes no ingresan al mercado de trabajo formal, sino que sea la base de una nueva formalidad laboral ligada a una nueva forma de poder popular que surja también de la estructura. A su vez, esto no puede ir desgajado de la necesidad de unidad y fortaleza del movimiento obrero y de su articulación con los movimientos de mujeres y de la diversidad, con los movimientos ambientales, culturales, juveniles, etc., de modo de trazar desde allí la unidad necesaria, que supere la resistencia a los proyectos neoliberales para alumbrar el camino hacia una nueva sociedad.

Esto implica pensar un proceso de democratización profundo donde se vaya constituyendo un nuevo Estado participado popularmente. Requiere para ello reponer la necesidad del socialismo en el siglo XXI como superación de las múltiples formas de opresión, del capital, del patriarcado y de la destrucción ambiental que conllevan, para generar una casa común con derechos y con sueños colectivos.

 

Bibliografía

—CIFRA (2022). Informe sobre situación del mercado de trabajo N°9. Disponible en: http://www.centrocifra.org.ar/docs/CIFRA%20Informe%20mercado%20laboral%20%209.pdf

—CIFRA (2016). La naturaleza política y económica de la alianza Cambiemos, Documento de Trabajo nº 15. Buenos Aires. http://www.centrocifra.org.ar/docs/CIFRA%20Documento%20de%20Trabajo%20Nro.%2015.pdf

—Fernández, A. L. y González, M. L. (2022). Con el trabajo no alcanza. CIFRA. Disponible en: http://www.centrocifra.org.ar/docs/Con%20el%20trabajo%20no%20alcanza.pdf

—Gramsci, A. (2003). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires, Argentina: Nueva Visión.

—James, D. (2006). Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

—Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires, Argentina: FCE.

—Rajland, B. (2008). El pacto populista en la Argentina (1945-1955). Proyección teórico-política hacia la actualidad. Buenos Aires, Argentina: Ediciones del CCC.

—Schorr, M. (2012). Industria y neodesarrollismo en la posconvertibilidad. En Voces en el Fénix, www.vocesenelfenix.com

—Varesi, G. A. (2011). Argentina 2002-2011: neodesarrollismo y radicalización progresista. En Realidad Económica n°264, IADE, Buenos Aires.

—Varesi, G. A. (2015). Introducción a la perspectiva gramsciana de la hegemonía. Intelectuales, partidos y relaciones de fuerzas. Estudio introductorio en Varesi, G. A. (comp.) Hegemonía y lucha política en Gramsci. Selección de textos. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Luxemburg.

—Varesi, G. A. (2019). Política exterior, proyectos e integración en los gobiernos kirchneristas (2003-2015). En CUPEA Cuadernos de Política Exterior Argentina, (Nueva Época), n° 129, Centro de Estudios en Relaciones Internacionales de Rosario, UNR.

—Varesi, G. A. (2021). Acumulación de capital y relaciones de fuerzas en Argentina: el nuevo escenario abierto con el gobierno de Cambiemos. En Adriani, H., Suárez M. y Murgier N. (comp.) Abordajes de la actividad industrial argentina. Procesos, territorios y análisis de casos durante el gobierno de la Alianza Cambiemos, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP.

—Varesi, G. A. (2021). Kirchnerismo y neodesarrollismo Hegemonía, acumulación y relaciones de fuerzas en la Argentina. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg.

Wainer, A. (2016). ¿El populismo imposible? Economía y política en la Argentina reciente. En Épocas, Revista de Ciencias Sociales y crítica cultural, n°2, Buenos Aires.

[1] Siguiendo a Laclau, las demandas poseen una dimensión equivalencial en tanto contienen una negatividad común: todas ellas expresan una falta, lo cual habilita una solidaridad que permite ligarlas creando una cadena de equivalencias; al tiempo que también opera una lógica de la diferencia, en tanto las mismas son heterogéneas entre sí.

[2] Asimismo, debe advertirse que Argentina no buscó ingresar al ALBA, lo cual puede ser leído como una limitación de la hegemonía populista para incorporarse a una estrategia de regionalismo autónomo con proyección socialista.

[3] Para un análisis de los principales indicadores socio-económicos ver CIFRA (2022) y Fernández y González (2022).

Fuente: Cuba Socialista